25 Aug Cabezonería 1 – Discapacidad física 0
Dentro de mis limitaciones siempre he sido afortunada bueno, mejor dicho, he luchado para serlo.
Tengo 39 años, soy Doctora en Biología y tengo una enfermedad ósea de nacimiento que ha ocasionado que viva con una discapacidad física y movilidad reducida. Por ello, tuve que plantearme muy bien qué tipo de profesión quería desarrollar, ya que no es fácil estar en el mercado laboral siendo bajita, no delgada y coja.
Considerando que me apasiona el saber por qué ocurren las cosas, la idea de estudiar ciencias me atrajo muchísimo, así que decidí abordar las distintas etapas para llegar a ser científica tras finalizar el instituto.
La primera etapa fue la obtención de la doble licenciatura en biología y bioquímica en la UIB (Universitat de les Illes Balears), donde tenía un hándicap añadido a la dificultad de estudiar una carrera de ciencias, mis limitaciones físicas. Es cierto que yo tengo la suerte de poder caminar, aunque sea con dificultad, pero eso no quita que hubo épocas en las que no estuve bien, por ejemplo, me caí en dos ocasiones y necesité ir en silla de ruedas, también me intervinieron en un brazo y hubo una complicación de la operación que me ocasionó fallos neurológicos en una mano (con suerte y mucha rehabilitación conseguí recuperar la movilidad de la mano izquierda). Para superarlo sin perder ningún curso académico, tuve que valerme de la ayuda de mis amigos/compañeros y del profesorado de la universidad, que siempre se mostró dispuesto a facilitarme el asistir a las clases y las prácticas de la carrera. Imagino que una lección adicional a las de la carrera que me llevé de esta etapa fue que pedir y aceptar ayuda no te hace más débil, sino que permite que la gente te conozca y que tú puedas seguir adelante.
Pedir y aceptar ayuda no te hace más débil, sino que permite que la gente te conozca y que tú puedas seguir adelante
En los últimos años de carrera empecé a colaborar en el laboratorio del Profesor Pablo Escribá, con quien finalmente decidí hacer la tesis doctoral estudiando nuevo fármaco antitumoral. Esta fue una etapa muy emocionante y de mucho aprendizaje, tanto personal como profesional. La verdad es que no todo fue un lecho de rosas (o sí, ya que las rosas tienen espinas, pero son bonitas y huelen bien), durante esos años me sometí a dos operaciones correctivas para componer mi pierna y pie derechos con lo que pasé meses recuperándome de esas operaciones. Ciertamente, no fue volver al trabajo si se tiene en cuenta que el laboratorio estaba distribuido en 3 plantas, pero de nuevo volví a encontrar todas las facilidades y el apoyo de mi supervisor y compañeros. Se pusieron a mi disposición elementos ergonómicos y para moverme por el laboratorio (aún sonrío cuando recuerdo que, en vez de caminar, estuve recorriendo el laboratorio con sillas de oficina con ruedas para evitar apoyar el pie y cansarme durante una época), se colocaron las cosas a mi alcance (ya dije que soy bajita, ¿verdad?, imaginaos en una silla), me recogían o acercaban a casa cuando mi familia no podía… Con toda esta ayuda y “adaptación”, conseguí que mi dedicación a la tesis no fuera menor de la de mis compañeros y por eso finalizó con éxito y pude pasar a la siguiente fase… las estancias post-doctorales en el extranjero.
En este punto, no voy a entrar en el curioso detalle de que sólo tuve éxito en las entrevistas telefónicas y no en las que hice en persona, sería malpensar y nadie quiere hacerlo.
Al final tuve la suerte de hacer dos estancias postdoctorales en Estados Unidos, una en Boston y otra en San Diego.
El no tener el colchón familiar cerca implicaba que tenía que cargar con la compra, hacer largas caminatas para coger el bus o el metro para ir al trabajo, con lo que, finalmente, tuve el empujón necesario para sacarme el carné de conducir, no hay mal que por bien no venga. Además, me alegré mucho de haberme operado, ya que no me caía con frecuencia y cojeaba mucho menos, sólo tenía problemas para controlar el dolor cuando llegaba “uno de esos días” en los que mis pies no querían pasar desapercibidos. En el trabajo se entendía que no podía llevar la misma velocidad que mis compañeros o estar de pie tanto tiempo, pero no se permitía un esfuerzo, dedicación o producción inferior al del resto de miembros del laboratorio, por lo que tuve que dar todo lo que tenía y más.
Finalmente, tras cuatro años y medio y mucho cansancio, decidí volver a España, me reincorporé al laboratorio donde hice la tesis doctoral de la UIB con una beca de la Fundación Científica de la Asociación Española Contra el Cáncer y me dediqué a continuar con el estudio de nuevas dianas para la lucha contra esta enfermedad. Además, mi carrera científica dio un paso más debido a que asumí la dirección de tesis doctoral de algunos estudiantes y de la organización del laboratorio.
Con todo esto, cuando acabé mi beca conseguí un contrato Torres Quevedo del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades para incorporarme a la empresa Laminar Pharma, donde continúo a día de hoy, como su directora científica sin importar las limitaciones físicas que tenga, trabajando en el desarrollo de nuevos tratamientos contra el cáncer y ayudando para que la molécula más avanzada de la empresa, el LP561, llegue cuanto antes a los pacientes. En la empresa no sólo conocen mis problemas físicos, sino que se adaptan ciertos aspectos para que pueda llevar a cabo mis labores, como los itinerarios de los viajes de trabajo. El compromiso de la empresa con la integración (o mejor dicho con la “no-discriminación”) se ve reflejado en que, además de mí, otras dos personas en la empresa tienen una discapacidad física reconocida (superior al 33%), correspondiente a un 20% de la plantilla.
Después de todo lo que os he contado, creo que la suerte es equivalente a cabezonería, la ciencia no es una materia sin barreras, pero esas barreras pueden salvarse con ilusión y perseverancia. De hecho, sigo con mi pequeña lucha diaria para que mis limitaciones no me limiten en conseguir lo que quiero, y espero seguir haciéndolo por muchos años.